La Educación Emocional es esencial, ya que saber gestionar las emociones nos ayuda a ser  personas competentes en nuestro entorno social, académico y laboral. Nos permite vivir  de una manera más tranquila y satisfactoria, comprendiendo mejor a las personas que nos rodean y a nosotros mismos. Y ante situaciones adversas, nos proporciona la capacidad de afrontar los conflictos y dificultades con mayor efectividad.

Es importante que aprendamos desde pequeños a realizar esta gestión de las emociones y nosotros como adultos (padres, profesores, familiares…) podemos y debemos ayudar a nuestros niños en este aprendizaje.

Para ello, será esencial tener en cuenta las siguientes  3 pautas, que son muy obvias, pero a menudo se nos olvidan:

 

  • Permítele tener y expresar emociones. Los niños como los adultos, pueden tener un momento de mal humor, de enfado, de tristeza o de alegría desbordante. No le niegues el derecho a tenerlo. Lo que sí, si expresa esas emociones de manera inadecuada, muéstrale cómo hacerlo mejor. Es importante que vayas moldeando su manera de expresar, pero sólo será efectivo si lo haces en positivo. Dándole alternativas a esas expresiones que quieres evitar, reforzándole cuando haga uso de esas alternativas y destacando los beneficios de haberlo hecho. Esto le motivará a seguir haciéndolo en futuras ocasiones.
  • Ayúdale a identificar lo que siente. A menudo, los niños se ven desbordados por su emoción y no entienden por qué no han podido evitar actuar de una manera determinada. Ayúdale a que te describa qué sensaciones físicas y qué pensamientos ha tenido y ponle un nombre a esa emoción. Ser capaz de identificar la emoción que ha provocado la acción, es el primer paso para poder modificar dicha acción. Ejemplo: si ha pegado a un compañero del cole, no le riñas sin más. Intenta saber por qué lo ha hecho, qué ha sentido y ayúdale a buscar otras maneras de canalizar esa emoción.
  • Predica con el ejemplo. Intenta que en tu casa/clase sea algo normal hablar de cómo os sentís. Expresa tus emociones de manera natural, tanto las que te hacen sentir bien, como aquellas que son menos agradables. No uses expresiones emocionales que no quieres que el niño utilice. Recuerda que la mayor fuente de aprendizaje de los niños es la imitación de lo que ven en sus figuras de referencia (padres, profesores, hermanos…). Ejemplo: si no quieres que tu hijo  grite y pegue cuando se enfada, será importante que no vea en casa gestos de agresividad cuando otros miembros de la familia os enfadáis. Si tú gritas cuando te enfadas…¿cómo le explicas a tu hijo que él no debe hacerlo?

 

Llevando a la práctica estos tres puntos, los niños van aprendiendo a identificar, entender y expresar correctamente lo que sienten. Esto, como decíamos al principio, le ayudará a adaptarse a su entorno de una manera más sana, lo que a su vez le hará sentirse mejor consigo mismo y con los demás. Este sentimiento positivo le ayudará a desarrollar una  buena imagen de sí mismo, que será esencial para desarrollar una autoestima positiva.  Y las personas con buena autoestima viven satisfechos con su forma de ser y actuar, aceptan sus errores y trabajan en positivo para superarlos.

 

Itziar Sainz-Pardo Fernández-Díez